sábado, 31 de julio de 2010

hacerse a un lado

Este texto fue recién publicado en el blog de Letras Libres, tomando la ocasión de la inauguración de un secta-centro-corporativo en la alameda para reflexionar sobre cuestiones a/teológicas...


Cuán aplacadas se miran las caras de los castrados en la tele: recuerdo la nauseabunda paz que simulaban los miembros de Heaven’s Gate en las entrevistas que pasaron al aire tras sus muertes en Marzo de 1997. Repaso la perpleja molestia que me causaba ver sus gestos infantilizados, rebosantes de convencimiento kamikaze platónico. La explicación que ofrecían para sus actos es la siguiente: Detrás del cometa Hale Bopp se desplazaba una nave espacial (como cuando un auto sigue de cerca una ambulancia para evitar tránsito en el Viaducto), la cual abordarían para al fin regresar a casa. Esto, claro, porque eran almas alienígenas (alienados, diría Marx), provenientes de un sitio al que escuetamente llamaban El Siguiente Nivel. Su procedimiento para agarrar aventón intergaláctico no involucraría ninguno de los trabajosos, costosos y primitivos métodos usados por la NASA, sino que tras mutilarse los genitales humanoides en Tijuana, adquirieron pastillas para dormir (también en Tijuana) que ingirieron con pudín (de chocolate, supongo) y unos tragos de vodka, se recostaron con una bolsa en la cabeza para así dejar sus “vehículos” (no los llamaban Cuerpos, claro). Pero hay otro dato, de tantos, que cabe agregar en este recuento: para su “ascensión” (no lo llamaban Muerte o Suicidio Colectivo) todos —37 miembros— estrenaban unos Nike negros. La cuestión es: ¿si creían que alguna suerte de esencia singular transmaterial iba a eludir la muerte para abordar una nave extraterrestre, para qué los Nike nuevos?

Parece —y bien puede que lo sea— una pregunta sobrada y burlona, pero es un ejemplo que exhibe algunas de las contradicciones fundamentales de tantos credos oficiales y extraoficiales. Resulta interesante observar las operaciones del pensamiento religioso (religiosón, para ser precisos), ya que despliegan algunas de las lógicas fundamentales mediante las cuales imponemos sentido a nuestras vivencias para eludir ciertas angustias existenciales. El que la vida, como tal, no requiera explicación no necesariamente implica que es un sinsentido, como el nihilismo sugiere. La vida en su tragicómico resplandor inmediato rebasa cualquier noción de sentido. Pero asumir esta terrible libertad y su espacio creativo, en vez de creer en un hoyo negro ante el cual el vértigo exige una definición, es un acto de sensatez personal que requiere valentía y curiosidad. Lo curioso es que tantos de los credos que abundan en el panorama globalizado son, en su núcleo, nihilistas; es decir, están tan convencidos de que la nada es un algo y el sinsentido un sentido, que se esmeran por embutir, agüebo, la experiencia viva dentro un marco teórico (gelatinoso, por cierto). Pero la experiencia viviente en su inefable dinamismo jamás acaba de encajar del todo al molde del dogma.


El recién inaugurado Magnocentro (¿bunker?) de Cienciología en plena Alameda Central me ha llevado a cavilar sobre estas cuestiones, ya que al igual que Heaven’s Gate, se trata de una secta Marcianocristianona que busca pasar al Siguiente Nivel, (como una suerte de Mario Bros bioenergético). Buscan la garantía de una especie de pureza ontológica, ensuciada por Marcianos Luciferinos, repudiando el caos del mundo con diagnósticos semiclínicos, para así liberarse de tendencias habituales o cualquier forma de contradicción. ¿Pero qué no era el exceso de libertad lo que les molestaba? La Dianética promete la omnipotencia, a cambio de un sin fin de costosos exámenes y de firmar un contrato por —literalmente— un billón de años al servicio de su organización. Al igual que tantos otros dogmas, no se limitan a intimidar a sus miembros con las premisas de la salvación y la condena, sino que promueven, y en ocasiones exigen, el distanciamiento (“desconexión”) completo con cualquier persona crítica a su organización. Menudo gesto, encontrar ahora como huéspedes VIP, en el corazón de la ciudad, a una secta con prácticas de reclutamiento despiadadas; una corporación multinacional con políticas de terror para con sus críticos (llegan a amenazar y sembrar evidencia falsa); una organización multimillonaria con un récord criminal internacional que incluye conspiración, espionaje, chantaje, robo, evasión fiscal, abuso...

De poco sirve la indignación en estos casos (¿cuándo sí?); ojalá, de menos, se les continúe negando el estatus como religión, obligándoles a rigurosos impuestos y revisiones sobre la validez de sus “productos”. Pero, para no caer en diatribas moralinas, argumentemos, sencillamente, que su fundador era un escritor de ciencia ficción venido a menos, cuya mitología ni siquiera es tan original o estrafalaria, habiendo autores de Sci-Fi mucho más hábiles, entretenidos, sensibles y delirantes incluso. Puede ser que lo más perturbador (y provechoso) de sectas como estas sea no su poder adquisitivo o la insípida enajenación de sus miembros, sino que exhiben los argumentos de fondo de tantas religiones oficiales, transparentando, por instantes, los febriles nudos en sus constructos de significado. Digo, ¿de qué credo religioso (incluido el cinismo quesque empírico) no puede decirse que es una colección de vagos postulados de algún autor de Sci-Fi chafa?

La paradoja es que los miembros de Heaven’s Gate creyeron que matándose evitarían el “Reciclaje del Planeta”; es decir que se mataron para no morir. Pienso que tiende a ser mala idea dejar que algún credo dicte el sentido que otorgamos a la muerte, siendo que se muere en primera persona y jamás se ha oído hablar a un muerto sobre su muerte (o sobre cualquier otro tema). Es tan mala idea como perder todo sesgo de humor ante estos temas. Pero ahí está Tom Cruise, cienciólogo-celebridad, como caricatura híbrida de sus personajes en Magnolia y Mission Impossible, decretando la defensa totalitaria de su doctrina: “O estás con nosotros, o hazte a un lado”. ¿Acaso se debe responder a un argumento así con la condescendencia de la tolerancia? No, la réplica adecuada es aquella que le remata el Coronel Jessep (Jack Nicholson) al Teniente Kaffee (Cruise) en A Few Good Men: “You want the truth?; you can’t handle the truth” (“¿Quieres la verdad?; tú no puedes soportar la verdad”). Si no, pregúntenle al Pulpo Paul.


domingo, 4 de julio de 2010

(i)lógicas de la vida amorosa

Una versión de este texto fue recién publicado, el domingo 4 de julio, en el Reforma, en el Ángel... Sugiero rematar la lectura escuchando "I put a spell on you", de ser posible la versión original de Screaming Jay Hawkins.


El 5 de febrero del 2007, la capitana Lisa Nowak, astronauta de la NASA, volvió a convertirse en un fenómeno mediático, pero esta vez no fue por viajar a bordo del Discovery. No, en esta ocasión sería protagonista de un escandaloso triángulo amoroso, al ser arrestada por intentar secuestrar a la nueva pareja de su desentendido amante, el también astronauta William Oefelein. En vez de tomarse unas largas vacaciones de soltera a la luna para lidiar con la pérdida, Nowak se dispuso a terminar con su rival con aerosol de pimienta, cuchillo militar y pastillas para dopar. Por si fuera poco, para no perder tiempo en el camino, se puso un pañal y manejó de Houston a Orlando sin escalas, para asaltar a la otra mujer en un estacionamiento. Curiosamente, creo que a nadie nos resulta tan bizarro que una persona con una de las educaciones más completas y rigurosas del mundo moderno, a la hora de afrontar una infidelidad reaccionara como pandillero de telenovela.

Los psicólogos pueden cantar misa sobre las distinciones categóricas entre el deseo, la dependencia, la obsesión y el amor; no hace falta ser cosmonauta para entenderlo, pero entre entender y entender hay todo un abismo imposible de atender. Por más complejas y sofisticadas que lleguen a ser nuestras estructuras conceptuales racionales, jamás podemos rendir cuentas de todo cuanto nos acontece. La experiencia en vivo del mal de amores y las explicaciones que tenemos para dicha vivencia sencillamente no empatan. Así como una persona y su nombre no son lo mismo. Por ello, un “te amo” no habla de lo mismo en un corazón que en otro. Esa comunicación en la que basamos nuestras relaciones se configura de idiomas disímiles, siempre asimétricos. Con ese juego de traducciones simultáneas y teléfonos descompuestos vamos sembrando las promesas de amor, en un campo minado por desentendidos, albures e interpretaciones. De entre todas estas confusiones acumuladas, donde se baten los afectos ennobleciendo el pecho algo emerge que se rehúsa a traducirse de modo alguno a la palabra: eso que llamamos amor.

Un nombre es también todo lo que necesita un brujo para lograr que “regrese arrastrado” aquel desvergonzado despreciador. Hojeando una revista de chismes, me pregunto qué destino hubiese tenido la apasionada astronauta de haber sido mexicana. Quizás si hubiese tenido acceso a las publicaciones más vendidas en nuestra patria, podría haberse dispuesto a llevar a cabo un “Amarre fuerte” para que su “ser amado regrese a sus pies”. De ser así, posiblemente aun tendría su empleo en la NASA. Pues a pesar de vivir rodeados de producciones culturales que compulsivamente emiten historias de amor, es probable que las metanarrativas de amor características de una cultura se ubiquen con mayor claridad en los puntos ciegos—en sitios obviados. Tal es el caso de los anuncios de brujería, donde por medio de la magia se busca simbolizar aquello que rebasa nuestra razón, en ese intercambio de pasiones de una economía libidinal. Ahí, amontonados en las últimas páginas de una revista dedicada a las ostentosas trivialidades de la farándula, se desatan una serie de garantías para el “Candado invisible” del “amor eterno”, que tras una segunda lectura asumo significa lo mismo que “el amor de tus sueños regrese dominado”.

No es de extrañarse lo tanto que se repite la palabra “humillación” en estos anuncios de “magia blanca”. ¿Será que el sentimiento amenaza con destruir la idea de quien somos y por ello nos queremos vengar? O ¿será tan sólo la reiteración del valor más prominente y arraigado de nuestra cultura, la humillación? Brutal ironía, querer humillar por amor. ¿Ya humillado el ser amado aun será digno amarse? Estás ganas insoportables de poseer y ser poseído, llevan consigo la diferida esperanza de la desintegración; es decir, de la muerte. “No hacemos trabajos malos ni que perjudiquen a nadie, sólo trabajamos con la Magia del amor”, lee otro anuncio, dedicando, como la mayoría, unas palabras de consuelo para la bondad del cliente. Dejan claro que el único costo para un “trabajo de amarre” es la tarifa de entre 200 y 3,000 pesos, dependiendo de la fuerza del conjuro. Esto me parece una canallada, y no es el hecho de que los magiaservidores cobren sus labores, sino que se pida menos que ofrecerle el alma al diablo. Digo, si no se está dispuesto a renunciar a esa insidiosa noción de territorio personal llamada alma, no se está preparado para el amor eterno. Porque el amor es también una forma de terrorismo ontológico, y sin sacrificar ese preciado artilugio narrativo del Yo, sería imposible trascender el tormentoso aislamiento de continuar elaborando artimañas para que el ser amado se suscriba a nuestros caprichos como un objeto.

Pero la peor pesadilla para el amante despechado sería que en efecto se cumpla su fantasía. Sería como si el Coyote por fin se comiese al Correcaminos; acabándose con el bocado final, aquello que otorgaba sentido a su existencia. Tendría que renunciar al goce que encuentra en la tensión dramática de su amor no correspondido, renunciando de paso a su identidad y propósito. Esta persona se vería obligada a inventar un amor, en vez de continuar repitiendo un síntoma. Lo traumático en este caso es que el amor no es algo esencial e inmutable que se encuentra en el utópico núcleo del ser; sino que el amor se inventa en el vacío. En esa brecha entre la vivencia y la palabra, entre tú y yo, construimos una lógica amorosa, un lenguaje de ternuras, un sentido casi compartido de nuestra realidad, una textura al espacio que nos une y separa.

En fin, en palabras de Jacques Lacan, “El amor es dar lo que no se tiene a quien no lo quiere”. Pero a mi gusto—siendo que no soy astronauta—creo lo dijo mejor un amigo (quien no se disputaba su prestigio intelectual con jerga semántica), al darme un consejo muy necesitado: “Si la quieres no busques entenderla. Si la tratas de entender te vuelves loco. Si la quieres, sólo quiérela”.