martes, 31 de enero de 2012

Dalay + Fua = Bypass espiritual

una ponencia para la UIA, del coloquio sobre la Historia de las Emociones, recién remasterizada y publicada en Hermano Cerdo...



Recientemente un amigo me ofreció el relato de una leyenda viviente: una tal DJ Triste. El mito asegura que dicha diskjockey ameritó este nombre artístico debido a los efectos secundarios del abuso prolongado de MDMA o éxtasis. Debido a la abundante ingesta de tachas su organismo dejó de producir cantidades significativas de endorfinas y dopaminas; por ende, ahora vive en perpetua tristeza, dicen. Sea o no más que un mito, es comoquiera una figura trágica que, como Ícaro, se incineró volando hacia el sol —un sol de éxtasis total— en busca de la felicidad.

Esta tragedia (algo cómica, como toda tragedia), ofrece un vistazo a los efectos de la química sobre la recepción de las vivencias, en particular aquellas denominadas "emociones". La leyenda de DJ Triste invoca, por sus consecuencias farmacológicas, aquel modelo de ontología química a la que se intenta reducir la subjetividad. Pero también exorciza esta reducción: pese al fin de su éxtasis, DJ Triste continúa mezclando música para sí y para otros; es decir: aún encuentra en la música satisfacción y aliento para seguir mezclando, con o sin endorfinas. Hablar de las vivencias propias como procesos cerebrales o químicos obliga a situarse en tercera persona, como si pudiese alguien vivir por fuera lo que le sucede. Las vivencias son, primero, experiencias conscientes, o no son.    

   
                             El Fua, reservas insospechadas de poder

Sin embargo, estas experiencias límites que DJ Triste procuró hasta el hartazgo —algo que imagino como un vértigo donde el exceso de placer es dolor y viceversa— podrían también entenderse como un acto sumamente consecuente. En otras palabras, siguió a su conclusión lógica —a rigor, literalmente— el mandato de gozar al extremo que parece manar con tal ahínco el entorno contemporáneo de capitalismo-tardío-globalizado-mediatizado. Aunque la publicidad lleva ya más de medio siglo en televisión, es acaso reciente la difusión de publicidad relacionada con medicamentos para la regulación de los estados mentales o anímicos. Hablamos, pues, de la amplificación de un mercado psiquiátrico y su parafernalia conceptual y, digamos, material. Debo advertir que no estoy en campaña contra la psiquiatría ni que vaya yo a negar —al estilo Tom Cruise en Oprah— los claros beneficios que se han logrado por medio de la psiquiatría y sus fórmulas. Pero aunque es evidente que proponen una cosmovisión muy reductiva, sí me surge una cierta curiosidad ante la pronta popularización del modelo de subjetividad que postulan, ahora por medio de una estética publicitaria.

Ojalá alguien me diera un peso cada vez que escucho palabras con carga terapéutica
Ojalá alguien me diera un peso cada vez que escucho palabras con carga terapéutica —es decir terminología clínica— en el lenguaje cotidiano, ya sea en conversaciones en cafés o en los medios. Me refiero a palabras como “obsesión”, “autoestima”, “represión” o “neurótico”, que se arrojan fuera de contexto sin mayor premura. No es que niegue que en el intercambio de estos términos y su aplicación amateur haya ocasional alivio —tanto como frecuente confusión—, pero sí es notorio el auge del uso de esta jerga en nuestra cultura. Aunado, claro, a un modelo de intimidad muy particular, donde la intimidad se postula sin querer queriendo como un intercambio semi-terapéutico de ocasión. Un intercambio que supone “la vida” como una serie de problemas complejos para tratar de resolver.

En la década de 1960, a la par del auge publicitario, hubo una popularización de la mística New Age donde también se diseminaron los términos de la jerga terapéutica. Cristopher Lasch describe esta época como La cultura del narcicismo (1979): un plazo histórico en el que surge un retraimiento individual básicamente solipsista. El sujeto se vuelca hacia el abismo de su propio enigma interior. Ante la muerte de Dios y el abandono de las verdades de la iluminación a cambio de una actitud laissez faire el sujeto se constituye, muy al contrario de un genuino ateísmo, como su propio Dios. Un ensimismamiento engolosinado con aquel precepto griego del ‘Cuidado de Sí Mismo’; tanto que se llega a un modelo del sujeto donde el Yo es propietario y víctima de Sí mismo; el Yo como dueño y embajador del Yo.1 ¿Así o más rebuscado y solipsista?

Pero, ante estos factores, ¿cómo abordar una historia de las emociones?: ¿como un cronograma estético de los afectos, como una genealogía sentimental? Es decir, las emociones se presentan siempre ya ambiguas —el enojo nunca es solo enojo, también se tiñe de impotencia, de tristeza, de placer—, son híbridas y en cierto sentido homeopáticas, trayendo consigo siempre un relleno picosito de expresión inmanente. El malestar en la cultura (1930), recordemos, nos refiere a la cultura como el fuego cruzado, un baile de jaloneos y cachondeos de pulsiones. Así, retomando la noción del acto fallido que en aquellas conferencias de introducción al psicoanálisis Freud procuraba alumbrar con la atención analítica, indagando en torno a un resbalón de la lengua dictando una palabra en vez de otra, la pérdida de un juego de llaves o el contenido específico de un sueño (porque es justamente ese y no otro). Y en estas dinámicas Freud advierte el rebasamiento de la intención y voluntad propia, donde la vida consciente es solo un fragmento de aquello llamado inconsciente. Además de que Dios había muerto, también aquel Yo como Dios personal estaba por perecer.

De tal suerte, por su modo de asimilación sin querer queriendo —que en este caso me parece tiene que ver con un goce humorístico (o lo que llamamos gracia, que no deja de tener connotaciones religiosas)—, pienso pertinente indagar en torno a dos palabras que han sido prontamente asimiladas al lenguaje cotidiano en México. Me refiero específicamente a los términos “Dalay” y “Fua”. ¿Acaso la pronta y viral proliferación de estos términos no es indicio de un movimiento libidinal, en tanto evidencias de un goce y un modo de angustia; términos que perturban y atinan en algo a la vez?
Ante las vicisitudes de la vida diaria llega un tipo en túnica y todo se mejora.

Comencemos por indagar los usos de la palabra "Dalay", en referencia al medicamento relajante y sobre todo a su publicidad. La palabra se usa para con gracia de sapiencia mediática decir “tranquilo”, como en “no te estreses; tú Dalay”, o “la grúa se llevó mi auto; pero yo Dalay”. En la campaña publicitaria de este medicamento relajante vemos a personas estresadas debido a las difíciles situaciones de sus vidas que al ser tocadas por un monje oriental inmediatamente sueltan su tensión.Ante las vicisitudes de la vida diaria llega un tipo en túnica y todo se mejora.



No pasemos por alto el ingenio del márketing al llamar un medicamento con una palabra que suena igual al nombre de un líder religioso: el Dalai Lama. Sumado a que la publicidad desde sus inicios ha procurado satisfacer las necesidades y anhelos más arraigados del ser humano. Pensemos de momento en dicha figura pública más como ícono que como persona, ya que de ahí deriva su nombre el producto: de la asociación que se hace de esta figura con la beatitud, la bondad, la sabiduría. En este caso, más que con el Dalai Lama como tal, lidiamos con la Mickeymousificación del mismo. Donde más que encarnar al bodhisattva de la compasión (sea lo que sea eso), se le utiliza como una suerte de talismán y de limpiador. Su imagen limpia la imagen de otros; como un ‘Maestro Limpio’ mediático. Como en el caso de la siguiente foto, donde se alude a que si él puede ser comprensivo y mostrar compasión para alguien como esta mujer (Elba Ester Gordillo, quién sin duda sufre), entonces nosotros también habríamos de hacerlo, si es que aspiramos a la sabiduría y la bonanza—nuestra salvación.

Elba Esther Gordillo acompaña al Dalai Lama
La indiferencia como ideal espiritual: una inmunidad trascendental.
Asimismo, el monje del comercial (no el Dalai Lama) sale en algunas de las campañas publicitarias solo, y ante situaciones irritantes (lo orina un perro, lo empapa un auto con agua de un charco), se repite para sí la palabra Dalay como un ‘mantra’, para encontrar alivio inmediato. Y aquí es donde nos muestran la oferta: la indiferencia como ideal espiritual: una inmunidad trascendental. La sugerencia de este producto en el imaginario al que invita, es a ponerse un traje de foca y dejar que todo se nos resbale, o para usar otro término acuñado pronta y viralmente: "andar muy zen". No solo hacen uso de nociones espirituales gelatinosas e inestables, en un melcochón a la New Age, sino que es una invitación a la resignación; o como dice un dicho gallego: ellos nos orinan y nosotros creemos que llueve.


El ideal, de pronto, es una pasividad total.

El ideal, de pronto, es una pasividad total.Una que además se le proyecta a Oriente, como un Dios impersonal y abstracto. Es muy similar a lo que Freud describe como un sentimiento oceánico, contra el cual comienza alegando al inicio deEl malestar en la cultura, y que además reduce a un narcisismo ilimitado. Conduce, por asociación, en una sucesión de conceptos al llamado "Principio de Nirvana", que encaja aquí como esa voluntad por una estasis confortable y adormecida. Y cada que lo menciono no puedo evitar pensar en el guitarrista/vocalista de un grupo de rock (grunge) llamado Nirvana, Kurt Cobain. Intentó la anestesia total con heroína (una versión potenciada de Dalay), intentando lograr un circuito libidinal cerrado, y luego vino el suicidio: no más cambios. Lo peculiar de este ideal del desapego es que en realidad el involucramiento con el mundo es la mayor muestra de desprendimiento: desprendimiento de la idea fija de la imagen fallida de sí mismo. El desapego, sería más bien, asumirse implicado en el mundo y su flujo caótico, renunciando así a la fantasía de resolución y propósito fijo. Digo, además, ¿cuando el perro le mea encima, por qué diablos no sencillamente quita el pie?

El segundo caso, en torno al uso ya popularizado de la palabra “Fua” en el vocablo cotidiano, también debe tomar en cuenta la viralización de un video. En un noticiario de Nayarit se mostraron las imágenes de un tipo vehementemente alcoholizado que da un discurso sobre su cosmovisión en relación a algo que él llama el Fua. Y de nuevo es curiosa la burla que se hace del sujeto, quien se permite seguir ofreciendo sus tesis, mientras los demás se ríen de él. Ofrece su discurso con una convicción absoluta, creyendo en lo que dice. Pero no todos los videos virales concluyen con palabras de uso popular; vis a vis la muestra de una angustia que mueve estas apropiaciones lingüísticas. En el caso deel Fua podría plantearse que su viralidad reside en una cierta angustia por la temática. Es decir, el protagonista ofrece una cosmovisión y una metafísica que acomoda a muchos, además de intentar despojar algunas incertidumbres de la vida humana, como el sentido de la vida, y la realidad de la muerte. Esta angustia reside en la ansiedad de construir una versión del mundo donde todo tenga sentido o tenga un lugar y así podamos constituirnos un propósito infalible.

En la cosmovisión de El Fua la muerte no existe, y esto es aparente en su simulación de una resurrección.

De entrada, el video del Fua remite a la creencia popular de que los borrachos y los niños dicen la verdad. Y con ello, alude de nuevo a la temática de la verdad. El sujeto en cuestión es visto como una suerte de Oráculo de Delfos, sentado en un tripie inhalando los humos del abismo. Desde su estado alterado, más que hablar, canaliza. Transmite el alivio a la angustia, por medio de una visión esencialista y metafísica, donde una energía vital inmaterial nos anima y nos hace inmortales. En la cosmovisión de el Fua la muerte no existe, y esto es aparente en su simulación de una resurrección. Presenta como si fuese sapiencia común los postulados básicos de tantas organizaciones religiosas, forcluyendo (psicóticamente, como siempre es el caso) a la muerte misma, para restituir a una forma del ser en una existencia eterna.

Su proliferación llegó a ocupar la voz del presidente de la nación, Felipe Calderón, quién para inaugurar los Juegos Panamericanos incluyó al Fua en su discurso.



Lo peculiar de este tipo de misticismo popular es que tiene por intención una muy humana: manipular el universo.
Lo peculiar de este tipo de misticismo popular es que tiene por intención una muy humana: manipular el universo. En este caso se intenta por medio de la actitud, como si hubiese una correspondencia directa entre la actitud y los movimientos del cosmos. No que no haya conexión alguna, pero el peso que ejerce el cosmos y la vibración de una actitud no son equiparables. Resulta en una confusión entre lo relativo y lo absoluto, porque claro, en términos absolutos todo es todo y es un fractal interconectado e interdependiente a cada nivel, pero en lo relativo las leyes de Newton siguen operando tal cual. Así que esperar que movimientos internos tengan una correspondencia en el mundo externo tan amplificada y tangible es una desproporción en las leyes de correspondencia. Y es una trama muy común ahora, pensemos por ejemplo en el best-seller mundial The Secret, donde estiman que a través de una obsesión las vibraciones mentales van a doblegar al mundo, en vez de requerir de un esfuerzo constante y una estrategia precisa, con solo pensarlo mucho tendrás cualquier cosa.

Mientras que el Dalay nos presenta la resignación como misticismo, el Fua es otra versión de misticismo: la de ser el eje de control cósmico a través de la actitud. En ambas se busca neutralizar la vitalidad del mundo. Esto es lo que podríamos llamar el bypass espiritual: por medio de teorías o prácticas consideradas espirituales tratar de eludir o negar totalmente las incertidumbres o los aspectos crudos de la vida. Así, como Dalay niega todo un rango de emociones a cambio de la pasiva resignación considerada como “sabiduría comprensiva” el Fua niega aquello que nos hace humanos y donde parte cualquier posible “espiritualidad”: asumir la mortalidad como tal.

Pero ni Jung con todo su marasmo abstracto pudo forcluir la sexualidad humana, ni la muerte. Así, en la parodia regresa la angustia en su forma tangible y explícita. Regresa la sexualidad, la angustia ante la vulneración de lo otro. La intimidad intimida:



Y además, en la parodia encontramos de nuevo la naturaleza reprimida y operativa de la viralidad del Fua, su promesa mística:



Así, con esto del psychedelic trance inevitablemente regresamos a las mezclas de DJ Triste, quien ya se tomó dosis brutales del Dalay más amplificado posible y quien en vez de decir “ya no puedo”, optó por mejor rugir: “cómo no, ¡Fua!”, claro, pero en plan triste; porque eso de morir, aunque inevitable, es triste.
  1. Es el mismo modelo con el que topamos en los múltiples shows de terapia televisiva —pensemos por ejemplo en Dr. Phil, Dr. Oz o Laura en América. Pero, y por el elemento humorístico y de cotidianeidad, me parece más pertinente de observar en las Sitcoms, por medio de lo que podríamos denominar "humor quirky". Este tipo de humor otorga credibilidad a los personajes en función de sus quirks (fijaciones, contradicciones, peculiaridades o síntomas). A la par se prolifera un modelo de intimidad fuera de la pantalla (dondequiera que eso sea) basado en estos mismos paradigmas y términos. Se reduce la intimidad a un modelo terapéutico improvisado quirky. Ahora, advierto en este discurso, ponencia o choro, ya la posible infiltración de aquel "tono apocalíptico" que con tal precisión anunció Derrida (y no quería citar al canon, pero bueno). Es decir, quisiera ahora eludir la noción de que estoy por plantear que este modelo de intimidad es apócrifo y peyorativamente simulacral a cambio de una nostalgia por una autenticidad perdida y demás. La filosofía es un acto viviente, acaso un fetiche, pero no requiere una justificación ante el mercado como fábrica de profecías. Sencillamente no comparto el credo en que este paradigma de intimidad confesional y su modelo de profundidad sean el único al que tenemos acceso. Además al usar términos como ‘capitalismo tardío’, este texto no pretende anunciar ninguna suerte de devastación (pero es curioso que dada la apropiación de estos términos, sea necesario explicarlo).


domingo, 15 de enero de 2012

Kate (un manifiesto)


Breve reflexión sobre la carta de Kate...


Generar polémica requiere poco más que una exageración. Pero para cada polémica en ebullición suele haber algo encubierto; algo para lo cual la fascinación que genera la controversia resulta ser solo una coartada. Además de facilitar que se ventile cierto malestar, cada polémica contiene en su trama una serie de factores angustiantes. Esta angustia es su motor. Kate del Castillo no tiene intenciones de legislar en nuestra nación, como tampoco necesita más ratings ni dinero. Tampoco pretende ser una académica, historiadora o analista política. Sus opiniones son solo eso, opiniones, y merecen ser leídas como tal. El pasado 10 de enero, la afamada actriz publicó en su cuenta de twitter una carta que es una especie de manifiesto personal (http://twextra.com/a4t17t). Con más de 400,000 seguidores y sus provocadores comentarios, la carta no tardó en convertirse en el trending topic del día, para luego proliferar en periódicos y cadenas de televisión. Aún no deja de ser comentada; alguna fibra logró tocar. La viralidad de la información permite observar los patrones de diseminación de la ideas. Aunque tantos de estos oleajes informáticos resultan efímeros, por instantes exhiben aquello que los mueve: las pulsiones humanas.

De tales pulsiones está atravesada la carta de Kate, que comienza diciendo “Hoy quiero decir lo que pienso y pues al que le acomode bien”. Nada más: su personal y subjetiva percepción en un desplante. Sí bien es ingenua en tanto de lo que formula —¿quién no lo es?—, su sinceridad y audacia han sido refrescantes. Lo curioso es la reacción que ha causado por lo mismo, por quienes ella dice “me juzgan y señalan pero también me exigen y me aplauden”. En respuesta a su carta pública resulta mucho más común quien la desprecia y alaba en automático que encontrar un buen análisis de sus declaraciones, o acaso la indiferencia. Se asume tan prontamente que siendo una mujer atractiva y exitosa, entonces debe ser tonta. Puede que lo sea, pero no por ser atractiva y no por la amenaza velada que esto presente para el lector. Así las discusiones han resultado infértiles, tratando con su redacción, la autenticidad de sus sentimientos, y su nivel de “cultura”. De nuevo topamos con esa versión de la cultura que es poco más que el magro territorialismo de algunos intelectuales. Si bien no son lo mismo en sus contenidos y desarrollo, la cultura es por igual una obra maestra del siglo XIX como el refrito de una telenovela en Univisión. Tanto remite este desacierto cultural, donde aún se sitúa lo abstracto por encima de lo palpable, a aquella frase de Oscar Wilde: “La gente dice que la Belleza es superficial. Puede que lo sea. Pero al menos no es tan superficial cómo lo es el Pensamiento. […] El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible”.

En dicha carta pública, la actriz anuncia su incredulidad ante la religión, la política y la monogamia. En los mejores fragmentos se muestra empiricista, en un intento respetable por confiar en su propia experiencia más que en alguna autoridad.  Dice “Creo en lo que siento y es por eso que creo en el miedo, me mantiene alerta, todo lo que experimente con mis 5 sentidos es lo que importa, lo que es real”. En otros tramos suena más bien solipsista: “Creo en mi y en mi única verdad, porque soy con quien tengo que lidiar cada segundo, aparte de mi, creo que no creo…". ¿Pero quién puede negar ser un poco solipsista? Si bien hay un cierto anacronismo en su liberación sexual y religiosa, el modo en que busca romper con la doble moral es, creo yo, parte de lo que tanta angustia provoca en su carta. Veamos: “Adoro la primera vez de todo. Por eso creo que no importa cuánto ame a mi pareja necesito sentir eso que se siente las primeras veces […] necesito esa sensación a la cual soy adicta.”

                               

La carta no propone certezas más allá de las que ella articula para sí misma desde sus vivencias. Sin embargo, sí plantea preguntas sobre temas relevantes, mientras admite con frecuencia sus desaciertos y la posibilidad de cambiar de opinión. Es un texto si bien no basado en una investigación rigurosa (que no pretende), sí uno con congruencia dentro de sus propios planteamientos. Es un credo romántico: “Nací desnuda sin leyes ni religión, esas las crea el hombre, como la Biblia y tengo la ligera sospecha de que se la inventaron solo para seguir la manipulación y lucrar a favor de unos cuantos.” Esta es una de las concepciones que me parecen menos atinadas de Kate, porque al nacer ya hay instituciones sociales que duran más de lo que nosotros, tal como hay un lenguaje que al nacer tiene ya nombre para los objetos que nos rodean y para nosotros. Es una común lectura fallida de la obra clásica de Freud: El Malestar en la Cultura. En tal malinterpretación se cree que nuestras pulsiones son puras y el mundo que las regula es maldito (o viceversa). Freud es certero: las leyes que reprimen nuestras pulsiones son creación de estas mismas pulsiones.

Otro de los puntos extraños es cuando menciona, con aires de teoría de conspiración: “No creo en las enfermedades porque he aprendido como sus curas me han sido negadas, escondidas”. Un planteamiento común tanto en los Expedientes Secretos X como en las recientes declaraciones que hace Hugo Chavez sobre su cáncer como parte de un complot. Pero de nuevo, la actriz ofrece cada una de estas autoafirmaciones, como lo que ella ‘cree’ o ‘no cree’ y nada más. Sin embargo la reacción de censura por gran parte de sus lectores muestra no solo una sobre-interpretación de la carta, pero también el modo en que confunden a la actriz con sus personajes en telenovelas, películas y más recientemente con su papel en la serie La Reina del Sur. Que a ratos parece confundir ella también.
                                         
La carta es además una declaración pragmática, donde se entrevé un espíritu Nietzscheano y Maquiavélico: “La vida es un negocio, lo único que cambia es la mercancía, ¿qué no?” Alude así a una economía libidinal, a la serie de motivaciones humanas que mueven al mercado y se enmarañan en éste. Se lee una voz que no surge de la misma indignación que tanto se oye a diario y tan ineficiente resulta; sino que habla desde un sitio donde la praxis, y no la moral, sirve de guía. Aunque resulta contradictorio que tras descartar tantas instituciones y deidades falsas, erija al Chapo Guzmán como un Santo que intervenga, su lógica es consecuente: si vivimos bajo el flujo del capital, pues vayamos con los gerentes del negocio más redituable del mundo, a ver si se animan. ¿Acaso difiere tanto su llamado a la intervención generosa de aquel aclamado discurso de Denise Dresser en el foro “México ante la crisis”?  
                                                

Ambos casos reminiscentes de aquella obra teatral ‘El Diablo Tentado’ de Giovanni Papini, donde Virgia, instiga al diablo para que haga sus tretas por una causabenévola. Así, la protagonista de Muchachitas, busca persuadir al narcotraficante: “¿SR. CHAPO, NO ESTARIA PADRE QUE EMPEZARA A TRAFICAR CON EL BIEN?”, mientras lo exhorta a incinerar prostíbulos y (una muy bizarra) a hacer algo porque los ancianos puedan echarse unos tragos en los asilos. Kate, después de tanto descartar todas las normas va en busca de una Ley y alguien que la encarne. Es paradójico.

La actriz no está obligada a mostrar una retórica impecable, tanto como no tiene por qué exponer un sentido de responsabilidad social. Ni siquiera tiene por qué ser congruente. Su argumentación es consistente, y además su texto fue placentero de leer, que es más de lo que puedo decir de tanto de lo que circula en los oleajes informáticos que deambulan por nuestra cultura.

                                  

viernes, 6 de enero de 2012

Ignorar es saber

Otra para la Arqueología de la falacia. Argumentum ad ignorantium.




No se puede determinar más allá de cualquier duda que George Bush no sea un marciano reptiliano. Pero la falta de evidencia contundente tampoco basta para determinar que sí lo es. Como dicen, la ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia. Las teorías de conspiración, más allá de un breve divertimento para acompañar la ingesta de algún agente psicoactivo, sirven de poco. Pasa que además para los teoristas de la conspiración, ya sean declarados o de closet, cualquier argumento en contra de su teoría se considera, de inmediato, como otra posible parte de la conspiración. De entrada no puedo evitar preguntarme, ¿si en verdad creen en una conspiración tan perversa, cómo llegan a considerarse capaces de develar dicha conspiración? Tendrían que ser muy perceptivos, vamos. Además de que me cuesta trabajo creer en lo grados de genialidad malévola y organización humana que requieren estas conspiraciones, sus teorías suelen estar mal argumentadas.



Un argumento se constituye de premisas que conducen a una conclusión. Ni más ni menos. Algunos argumentos son válidos y otros, nomás no. Para que un argumento sea válido, requiere que las premisas anteriores lo sostengan como tal. De otro modo es una falacia. Todo esto parece muy obvio; pero luego lo obvio, es lo más fácil de confundir. De entre las tantas falacias posibles, una de las favoritas de los conspirófilos es el agrumentum ad ignorantiam (argumento basado en la ignorancia). Como aludí arriba, esta falacia se resume a tomar la ignorancia como evidencia. Es como proponer que el Chupacabras existe solo porque no se ha podido encontrar evidencia conclusiva sobre el depredador de ganado en cuestión. Ahora, es posible, (aunque poco probable) que el Chupacabras exista; pero asegurar que por falta de evidencia contraria debe haber un animal semi-marciano que hipnotiza becerros con su mirada para luego extraerles la sangre, es otra historia. La carencia de pruebas no basta para llegar a una conclusión válida.

Sería algo así:
  • Como no puedes refutar la existencia del Chupacabras
  • Entonces el Chupacabras existe
La fórmula es la siguiente:
  • Como no puedes refutar X
  • Entonces X es verdadero


Lo peor del caso es que puede que sea cierto—que sí exista el Chupacabras—, pero se necesita evidencia para probarlo. También pasa al revés, cuando se asume que algo es falso solo porque no se puede comprobar. Como, por ejemplo, al presumir culpable a alguien, por mera falta de evidencia para demostrar su inocencia y no por evidencia contundente de su actividad criminal. Dilema que sirve de trama para muchos grandes thrillers. Pensemos (hablando de thrillers) en los dos Secretarios de Gobernación caídos del cielo durante el sexenio de Felipe Calderón. Al no demostrarse con absoluta certeza que estas fatalidades fueron accidentes, se asume fácilmente que no lo fueron. Es posible, e incluso probable, que no hayan sido accidentales; y las sospechas se ven nutridas por el hecho de que ya van dos Secretarios de Gobernación con muertes similares. Sería mucha coincidencia, pero la sospecha y la ausencia de corroboración de lo contrario no son evidencia suficiente. En forma de argumentum ad ignorantiam esto se vería así:
  • Como no puedes demostrar que las muertes de los Secretarios de Gobernación fueron accidentales.
  • Entonces las muertes de los Secretarios de Gobernación no fueron accidentales.
La fórmula es así:
    Como no puedes demostrar X


  • Entonces X es falso





  • Esta falacia es una de las preferidas para argüir sobre la existencia de Dios: como no puedes comprobar que no existe, entonces debe existir; y bien se puede responder con la misma falacia: como no puedes comprobar que Dios existe, entonces debe no existir. Mejor dejarlo así, en “¿quién sabe? y ¿a quién le importa?”. De otro modo los argumentos se fundamentan en los límites personales, vis a vis la ignorancia. Comoquiera, el concepto de Dios se usa mucho para intentar llenar todo aquello para lo que no se tiene explicación. Pero de nuevo, el que algo no tenga explicación no lo vuelve divino, sino meramente inexplicable, (de momento). Aquí es cuando se confunde a la ignorancia propia con la divinidad. ¿Qué divinidad sería posible concebir si esta ignorancia no fuese su base?



    Las teorías de conspiración suelen funcionar así también, como un intento por explicar todo con una trama cohesiva. Es algo así como un resistol simbólico para que todo tenga nombre y sitio y parezca que hay algo, sea lo que sea, que tiene todo bajo control. Una gran fuerza maléfica a la que pueda responsabilizarse de las incertidumbres que se imponen a la vida humana. Pueden ser: marcianos, el eje del mal, Televisa, los soviéticos, los masones, la CIA, los imbéciles, el área 51, Charles Manson, el capitahismo, Fidel Castro y el Papa y Elvis juntos, o un ejército de androides de Ninel Conde en versión vampírica dirigido remotamente por Carlos Slim… etc. No quita que Televisa y los marcianos sean gandallas (digo el Teletón es, sin dudas, una obra Tele-Reptiliana, ¿verdad?); pero concluir que están a cargo de una conspiración diabólica en base a la falta de evidencia de lo contrario, como argumento no funciona.

    Pero lo contrario tampoco aplica; digo, el que no se compruebe una teoría de conspiración tampoco es evidencia suficiente para decir que no hay conspiración alguna. Pero en materia de conspiraciones, a pesar de tanta paranoia, parece haber más bien mucha confianza. Digo, quien en verdad es paranoico, duda incluso de su propia paranoia, y así comienza a requerir de la lógica. Los paranoicos son, pues, paranoicos mediocres. Sin evidencia no se sostiene un argumento. Y en estos casos de posibles conspiraciones, la evidencia está en otra parte, no en la ausencia de pruebas en contra. Pero esa evidencia, la que sí se requiere para descifrar las operaciones del mundo, solo se encuentra cuando se renuncia a la noción de que ignorar es saber.